LA ECONOMÍA DE LAS EMOCIONES Y LAS EMOCIONES DE LOS VOTOS

La economía está cansada y –por tanto– es vulnerable, y por eso cualquier cosa que ocurre en la sociedad le afecta y la lleva de un lado a otro como si fuera un muñeco –que lo es– agitado por el viento de los acontecimientos. Y las personas de esa sociedad –cuando les llega la hora de votar– piensan que tienen más opciones que antes –pero lo que de verdad ocurre es que tienen menos ideas que antes– porque la economía cansada suscita diversas emociones y las emociones se hacen estimuladoras de los votos. 

En una economía cansada, casi nadie vota desde la racionalidad, porque la racionalidad vale cuando hay perspectivas claras, mañas o buenas. Cuando la racionalidad no actúa, actúan las emociones, y ello conduce a escenarios complicados. Unos votan desde el miedo, buscando la seguridad. Otros votan desde la rabia, buscando la justicia. Otros votan desde la tristeza, buscando el desarrollo. Otros votan desde la alegría, buscando un destino imaginario. Otros votan desde el amor, buscando una pertenencia que alivie su soledad. Otros votan desde el orgullo, buscando la única solución. Y –entonces– la cosa se complica y la economía se cansa más. 

El miedo orienta el voto hacia lo de siempre, aunque lo de siempre sea malo. La rabia orienta el voto hacia lo de nunca antes, aunque sea desconocido. La tristeza orienta el voto hacia quien pueda ayudar a taparla con un trabajo. La alegría orienta el voto hacia una visión, aunque sea inalcanzable. El amor orienta el voto hacia aquello que parezca más próximo, aunque esa proximidad sea sólo la palabra. El orgullo orienta el voto hacia lo más conocido, pensando que es lo más fiable. 

La racionalidad lleva a la existencia de pocas opciones, y las emociones llevan a la existencia de muchas opciones, y –mientras más opciones– más se complica la política, más se cansa la economía, y casi nadie consigue lo que busca.

José Luis Méler y de Ugarte
Presidente