EL VASO: MEDIO VACÍO O MEDIO LLENO

Hace unos días, el protagonista entre los escandalizables ha sido un vaso medio vacío o medio lleno –depende– un simple, transparente y nada lujoso vaso exhibido en la última Edición de ARCO de un artista al que le gusta epatar. Otros años el epatante de turno exponía un excremento en medio del suelo, una vulgar “caca” sin título que quedaba sin vender: así es de “incomprensible” el mundo del arte. 

Pero centrémonos en el vaso –medio lleno, medio vacío– y en su significado, más bien en el significado que cada quien le podemos dar y a la visión que del mismo tenemos según el cristal con que lo miramos –y nunca mejor dicho-. Si lo vemos “medio vacío” somos más infelices que si hacemos el esfuerzo por verlo “medio lleno”. 

Algunas personas negativas necesitarían clases de felicidad, como las que se imparten en un colegio del Reino Unido a muchachos de entre 13 y 18 años. Ya lo recomendaba Eduardo Punset, una materia que nos enseñe desde jóvenes a “manejar nuestras emociones básicas”. El viejo profesor, considera inconcebible que “en la pubertad se les exija a los alumnos a aprender diferentes idiomas y –en cambio– no se les prepare para enfrentarse a las emociones que tarde o temprano marcarán su existencia”. 

Según él, los humanos tenemos una capacidad infinita para autoflagelarnos –para hacernos infelices– y –por ello– necesitamos una enseñanza para convencernos de que nuestra vida es más satisfactoria de lo que podamos llegar a creer, y así lo han visto en el Wellington College –de inspiración victoriana– la mejor educación que un ser que se está formando puede recibir. 

Lo mismo que de adultos podemos todavía recibir conocimientos a través de cursos y másters de todo tipo de materia, ¿qué tal si nos apuntamos a un intensivo de felicidad?. Se notaría mucho en la calle. También en la casa.

José Luis Méler y de Ugarte
Presidente