APRENDER DE LOS NIÑOS

A partir de cierta edad hay en cada persona una parte de adulto y otra de niño. A partir de ese momento –y por razones siempre equivocadas– lo frecuente suele ser cultivar nuestra parte de adulto y aprisionar nuestra parte de niño, con lo que –imperceptiblemente– nos endurecemos, nos hacemos más insensible y perdemos facultades y oportunidades. 

Las actitudes derivadas de nuestro interés en enseñar a los niños, instruirlos y corregirlos sobre lo que deben y no deben hacer es un error, porque perdemos una buena parte de las posibilidades de nuestra relación con ellos y –sobre todo– perdemos la oportunidad de aprender de ellos y –como consecuencia– perdemos la capacidad de influir en ellos. 

Si conseguimos hacer entender a un niño que queremos aprender de él, se nos entrega sin reservas. Ello supone hablar con él o ella de diferente manera a como solemos hacer y –en parte– tratarle de igual a igual. A partir de esa circunstancia, comienza una relación mutuamente enriquecedora y con posibilidades fantásticas. Supone hablarles y tratarlos con palabras y formas diferentes a como lo hacemos habitualmente en nuestro modelo social, que –paradójicamente– sabe poco de niños. 

Y –en ese camino– se aprende de los niños, aprendemos a actuar para influir en ellos positivamente y ellos influyente en nosotros positivamente y –como consecuencia de ese aprendizaje– aprendemos a tratarnos mejor con los adultos porque aprendemos a relacionarlos con su parte de niño desde nuestra parte de niño. 

Y así se facilitan las empatías, se aceleran las conexiones, se simplifican las  diferencias, se descubran las coincidencias, se relativizan los “qué”, se disfrutan los “cómo” y aparecen conspiraciones y connivencias, emociones y sentimientos, que nos abren puertas a la felicidad y nos enseñan a disfrutar de una parte de cada persona a la que el progreso ha secuestrado y que está llena de posibilidades. 

José Luis Méler y de Ugarte
Presidente