(Madrid, 9 de noviembre de 2016) Más allá de que la Agricultura fuera considerada por los primeros Economistas –y hasta bien entrado el siglo XVIII– como una fuente de riqueza, una de sus principales cualidades es la capacidad de esquivar fenómenos como el deterioro del valor del dinero. La Tierra constituye una especie de “seguro” frente a la inflaciónal tratarse de un bien escaso– de oferta limitada por las características que debe tener en función de los cultivos que se quieran llevar a cabo –no amortizable– perdurable en el tiempo, tangible, sin depreciación cuando no se usa –caso de eriales o barbechos-, divisible y con un mercado formal o informal organizado. Es un bien –casi siempre– más líquido que otros, como pueda ser la vivienda

Precisamente, su cualidad primitiva de ser base de la generación de riqueza en una economía convierte la Tierra en un bien cuya demanda es normalmente rígida al alza y que –además– aumenta su atractivo conforme la confianza en los medios de pago se desvanece. 

En este sentido, todos los bienes que se han considerado como dinero en algún momento de la Historia –oro, plata, sal o tabaco, entre otros– son alternativas frente a fuertes subidas de los precios de la moneda fiduciaria. Por ello, la Tierra es un medio sustitutivo del dinero como valor refugio.

En términos prácticos, la validez de la Tierra  como refugio frente a la inflación se mide a través de su comportamiento relativo ante la evolución de los precios. Así, el precio de la Tierra –a lo largo del tiempo– crece en términos medios más de lo que lo hace la inflación y –por tanto– bate la evolución de los precios.

Este mejor comportamiento y su carácter de activo tangible hacen que sea un buen protector de ahorros y de pensiones.  

José Luis Méler

Ex-presidente