Con una esperanza de vida media al nacer que supera los 83 años, en lo referente a la salud, los mayores en España dicen encontrarse bien o muy bien el 45 % de los mayores de 65 años, independientemente de que el 27 % de ese grupo de edad presente algún grado de pérdida de autonomía para la realización de Actividades de la Vida Diaria (AVD), uno de cada tres personas que acuden al centro de salud de atención primaria son mayores de 65 años y además ocupan el 50% de las camas hospitalarias.

Bien es cierto que nadie podía delimitar con exactitud el alcance y magnitud de la pandemia originada por la COVID-19, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo, debido a los flujos de información inconclusa que nos llegaban, así como falta de determinación por algunas instituciones relacionadas con el ámbito de la sanidad y la salud. Desde el sector sociosanitario hemos padecido como la falta de estudios sobre el impacto real de la pandemia y la ausencia de coordinación para la puesta en marcha de medidas preventivas, ha tenido efectos devastadores sobre los adultos mayores.

Según datos facilitados por el Ministerio de Sanidad a fecha de 20 de abril de 2020, fueron notificados 200.210 casos de los cuales los curados ascendían a 80.587 y fallecidos 20.852. De 145.358 casos confirmados, fueron hospitalizados 67.451 y de ellos el 72,3 % tenían más de 70 años, 48.760 personas, de las que fallecieron 10.576 que corresponden al 21,7 % de los mayores de 70 años hospitalizados. Información que evidencia como el virus atacaba con más facilidad y crudeza a las personas mayores con pluripatología, frente aquellas que no lo son.

A medida que cumplimos años, nuestros sistemas inmunológicos se van debilitando y requerimos atenciones y cuidados individualizados que den respuesta a las nuevas necesidades que nuestros cuerpos experimentan como consecuencia del paso de los años y la exposición de determinados agentes externos.

Cuando un patógeno invade el cuerpo, la diferencia entre la enfermedad y la salud se convierte en una carrera a contra reloj, donde desconocemos qué efectos colaterales se han producido. Con el envejecimiento, la reducción de la “capacidad de atención” de la respuesta inmunitaria innata y la adaptativa hace más difícil que el cuerpo responda a la infección viral, dando ventaja al virus. Una ventaja que, si no es compensada con directrices y acciones preventivas por parte de las autoridades, permitiremos que el virus se haga rápidamente con el cuerpo, provocando enfermedades graves, complicaciones varias e incluso la muerte.

A diferencia de lo que piensan muchas personas, las residencias de ancianos, no son servicios sanitarios. Son centros de servicios sociales destinados a procurar una alternativa de alojamiento (temporal o permanente) a personas mayores de 65 años o a aquellas que, debidas algún tipo de contingencia o pérdida de autonomía, se han visto en la necesidad de recurrir a este tipo de recurso convivencial. En ellas, sus profesionales velan por ofrecer atenciones integrales a aquellas personas que no pueden ser atendidas en sus propios domicilios y necesitan de cuidados específicos, siendo conscientes que las personas que viven allí perciben estos centros como una extensión de lo que hace tiempo fueron sus hogares. Un lugar seguro donde vivir felices y sentirse seguros.

Pero, por otro lado, estos recursos sociales son centros especializados que ofrecen atenciones según tipo de necesidades diagnosticadas y que, para su máxima cobertura, requieren de una serie de protocolos de atención que, en el caso de una incidencia o emergencia sanitaria, como la que en estos tiempos estamos viviendo, den respuestas ajustadas y eficaces a cada tipología de residentes sin mermar la calidad de atención asistencial que cada persona merece.

Independientemente de los aciertos y errores que la gestión de esta crisis sanitaria ha desvelado y de las consecuencias terribles que han padecido los colectivos más vulnerables, como ciudadanos y ciudadanas debemos aspirar a un nuevo modelo de cuidado de la persona mayor, donde tanto familiares, como profesionales sepan bien lo que hacen y donde las residencias pasen a ser unidades convivenciales donde se puedan dar respuestas adecuadas a las diferentes situaciones que se produzcan, sin olvidar la integración de la geriatría y el cuidado de los enfermos crónicos en nuestro sistema de salud.

Si lo conseguimos, evitaremos que esta mala experiencia vuelva a producirse.